Cuanto esfuerzo por expresarlo en palabras. Otra vez decido que no, es casi imposible. Quiero sacar la presión de mi estómago de alguna otra manera.
Esta… acidez, este dolor interno. Ningún movimiento brusco está ayudando. No logro que la fuerza desatada sin motivo libere las manos que aprietan mi garganta. Va quedando casi sin aire. Y cuando lo único que deja salir es un grito, lo libero. Corro, aprieto mi rostro contra una almohada, y lo libero. Como si fuera el último respiro. Y cuando compruebo que no lo es, que mis brazos y piernas se ablandaron, muerdo un pedazo de tela que resultó estar tan cerca de mi boca. Lo muerdo, hasta que los dientes chillan y las encías duelen. Pero sigue estando ahí. Quizás hasta más agresivo, porque comprobó que salir va a ser más difícil.
¿Pero cómo?, ¿gritar con todas mis fuerzas no ayudó? Es lo que dice en cada libro.
Pero entonces lo entendí. Razoné y concluí en que esta vez no era bronca. No era enojo. Esta vez era tristeza. Maldita agonía que me traía sin avisar. Porque si hubiera sabido que las simples coincidencias que me dejaron en este punto de la vida no iban a ser las que me complacían… estaría preparada.
Pensé que mi personalidad estúpidamente conformista se dejaría contentar con esto. Con lo que hay. Con lo que me tocó.
Pero no, claro… siempre queriendo más. Inútil raza humana que quiere ver aunque no haya nada para observar. Que quiere saber pero que ya sabe todo lo que hay.
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